La frase que encabeza este texto no es mía. La dijo una clienta hace unas semanas, durante una de nuestras conversaciones. Por eso quiero empezar dándole las gracias a ella por regalarme esta perla. Gracias, Mónica, por estas palabras cargaditas de humildad y sabiduría.
Su frase me parece brillante porque aúna en unas pocas palabras un concepto de liderazgo consciente y maduro que -me atrevo a creer- cualquier organización anhela.
¿Qué dice realmente esta frase?
Empezaré por buscarle sentido a la primera parte:
“Cuando dejas de buscar el reconocimiento…”
¿Cuándo ocurre esto? ¿Cuándo dejamos de buscar en la mirada ajena nuestro valor?
Os propongo tres respuestas:
- Cuando te percibes como un ser humano digno, suficiente y valioso.
- Cuando ya no sientes que tengas que “demostrar” y te centras en “mejorar”
- Cuando te sientes seguro porque sabes que formas parte.
Cuando te percibes como un ser humano digno, suficiente y valioso.
Percibirnos de este modo es posible cuando desvinculamos nuestra valía de los halagos que otros puedan regalarnos. Cuando dejamos de compararnos con los demás. Cuando dejamos de preguntarnos si valemos más o menos que otros y aceptamos quienes somos.
Según Alfred Adler, todos empezamos sintiéndonos “menos”. Él lo llamó Sentimiento de Inferioridad, y lo explicaba más o menos así: Puesto que los seres humanos nacemos extremadamente vulnerables y dependientes, ese sentimiento de inferioridad al inicio de nuestra vida es real y está plenamente fundado. Sin embargo, conforme crecemos (nos alejamos de la dependencia absoluta de la niñez) y nos acercamos a la autonomía adulta, nuestro sentimiento de inferioridad va disminuyendo y aprendemos a valorarnos de otra forma. Visto así parece bastante fácil, o por lo menos lógico, lo que ocurre es que a veces hacemos trampa. Y para desmontar esa trampa, os hablo ahora de la segunda idea.
Cuando ya no sientes que tengas que “demostrar” y te centras en “mejorar”
Algunos adultos no abandonan el sentimiento de inferioridad tan fácilmente. Muchos batallan con él durante años de una forma poco saludable. ¿Cómo? Lanzándose al lado oscuro o, si no os gusta Star Wars, lanzándose al polo opuesto: el sentimiento de superioridad.
En este caso, Adler habla de las fórmulas que utilizamos para dejar de sentirnos inferiores y aparentar superioridad. Sin entrar en términos excesivamente terapéuticos: ficciones, personajes, alardeos o la archiconocida soberbia son algunas de las fórmulas que utilizamos para sobrecompensar que, en el fondo, todavía nos sentimos inferiores.
Para soltar todo ese temor y ese teatro necesitamos tres cosas: dejar de ser niños, dejar de invertir energía en demostrar lo que valemos y centrarnos en mejorar
Las dos primeras las dejo en vuestras manos. Para la tercera, os doy dos pistas: activad vuestro afán de superación (que no de superioridad) y cultivad vuestra mentalidad de crecimiento.[1]
Cuando te sientes seguro porque sabes que formas parte
Tercera y última idea sobre como dejar de buscar reconocimiento.
Formar parte de algo -de un grupo, de una comunidad o de una empresa-, colma un anhelo esencial[2] que todos los humanos tenemos: establecer vínculos confiables.
Sentir que formamos parte, saber que somos dignos de esos vínculos, es, en sí mismo, una forma de reconocimiento. Ese es el motivo por el que el sentimiento de pertenencia minimiza nuestra búsqueda de reconocimiento, atención y halagos.
Fue John Bowlby, el psicoanalista que desarrolló la Teoría del apego, quién mostró la importancia crucial de esos vínculos y el papel clave (como base segura)[3] que desempeñan nuestros padres y madres en ello. Tal es su importancia, que son el primer referente que tenemos cuando desarrollamos nuestro estilo de liderazgo.
Y llegamos a la segunda parte de la frase:
“…empiezas a liderar.”
¿Qué significa liderar según todas estas premisas previas?
En primer lugar, abandonar nuestro afán de superioridad.
Ser honestos, honestas, y asumir que liderar no significa que seamos superiores, ni más importantes. Significa que tenemos una carga de responsabilidad mayor y nuestra función debería estar al servicio de algo más trascendente que nuestro ego.
En segundo lugar, encontrar aquello en lo que podemos contribuir socialmente y cooperar para que suceda.
Según Adler: Moverse en el lado útil de la vida. Ir más allá de nuestros propios intereses y pensar en la forma de mejorar lo común.
En tercer lugar, crear las condiciones para que los otros también puedan crecer.
Recordarles que mejorar no significa entrar en la tiranía del perfeccionismo y la auto explotación. Alentarles a trascender el temor a no ser suficiente. Animarlos con coherencia, a cometer errores para aprender. Ofrecerles una base segura con la que contar y construir junto a ellos un equipo al que pertenecer.
Y, para terminar, una última reflexión que va más allá de la frase de Mónica:
Todas las referencias que he usado en este texto parten de las ideas de Alfred Adler y de John Bowlby. Vivieron en épocas diferentes, pero tienen dos cosas en común que me parecen significativas:
Ambos construyeron sus teorías sobre un concepto apreciativo del ser humano o por lo menos posibilitador, apelando al sentimiento de comunidad y al cuidado de los vínculos para sostener nuestra vulnerabilidad.
Ambos construyeron esas teorías después de vivir una guerra. Adler tenía 44 años cuando empezó la Primera Guerra Mundial. Bowlby tenía 32 años cuando empezó la Segunda.
Teniendo en cuenta las circunstancias, podrían haber centrado sus enfoques en la parte más oscura del ser humano, pero hicieron lo contrario.
¿Qué reflexiones os inspira eso? Dejo que vosotros saquéis vuestras propias conclusiones.
[1] Para Alfred Adler, el afán de superación es la forma saludable que sirve de contrapeso al sentimiento de inferioridad y nos empuja a superar nuestros límites, aprender o mejorar. La mentalidad de crecimiento es un concepto desarrollado por Carol Dweck y desglosa las cualidades y comportamientos de una persona capaz de aprender.
[2] “Aunque Maslow situó la necesidad de pertenecer a media altura de su pirámide de necesidades, las investigaciones de las últimas décadas sugieren que debería estar colocada más cerca de la base, pues es una necesidad casi tan vital como la comida o el refugio. Por añadidura, esto es cierto no solo durante la infancia, sino a lo largo de toda la vida.” Pertenencia. Geoffrey L. Cohen, 2024. Editorial Urano.
[3] “Esencialmente, este rol (base segura) consiste en ser accesible, estar preparado para responder cuando se le pide aliento, y tal vez ayudar, pero intervenir activamente solo cuando es evidentemente necesario.” (Una base segura, aplicaciones clínicas de una teoría del apego. John Bowlby, 1988.)